A balón parado

Las agujas del reloj análogo avanzan lentamente para dictar la última jugada del partido. La alfombra que tiene dos tonalidades de verde es el escenario perfecto para que el jugador realice el acto final a través de un balón parado. Los cinco jugadores que conforman la barrera se cuidan entre ellos las sombras. Éstos se encuentran en la orilla del área grande, enfrente de ella está el tirador. Mientras él ajusta la pelota un poco a la izquierda, de manera minuciosa, y como cábala la besa. Da tres pasos para atrás de modo lineal y prepara su pierna derecha. Observa fijamente el ángulo superior izquierdo. Respira hondo. El portero, nervioso, grita para que se corra la barrera a la derecha. Le tiemblan los ojos y se llenan de sudor las mejillas.

El estadio palpita, los fanáticos corean el nombre del tirador. El árbitro se lleva a la boca el silbato y lo hace sonar. El jugador agarra fuerzas y con el empeine interno impacta el balón que lleva un efecto de afuera hacia adentro. La barrera salta y el portero se queda estático, cuando la pelota roza de manera delicada el travesaño para quedarse a dormir en las redes. Las bocas de los fanáticos se rebalsan con el grito de gol, los aplausos es la música sonora de la noche y los jugadores se abrazan. Después de este gesto mágico, el juez central del campo verde pita el final del partido.

Al mismo tiempo, enfrente de la televisión, grito por la emoción de la victoria. Vos abrís los ojos más de la cuenta. Parpadeas dos veces y te rascás la oreja. Te me quedás viendo fijamente y te explico: en el fútbol es necesario un tipo que maneje los tiempos de manera sutil para controlar y pensar lo que va a hacer con el esférico. Está comprobado que es esencial la exactitud y la seguridad del tiro, como si fuera un arquitecto realizando una obra maestra o un mago ejecutando un truco a miles de personas. No importa que el jugador sea flemático, si puede ganar un partido con una jugada métrica de sus pies. El fútbol no son once caballos que galopan de ida y vuelta, se necesita arriar las revoluciones.

Paralizás las palabras con un bostezo como si fueras un león, la lengua pasa por la boca y llega al nivel de la nariz. Empezás a estirarte poco a poco y te levantás lentamente. Me das la espalda con tus orejas puntiagudas, caminás con tus cuatro patitas y la cola levantada. Al final se escucha un: miaw, miaw.
Utilizamos cookies y tecnologías similares para mejorar su experiencia en este sitio web. Para continuar navegando en este sitio web debe aceptar.
Allow Allow Necessary Leave Website